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lunes, 28 de diciembre de 2020

Petición a las Musas

Lo peor que le puede pasar a un poeta es que las Musas lo abandonen. Por eso, cuando me visitan, las atiendo con prontitud. No importa lo ocupado que esté, para ellas estoy disponible siempre.

Al principio mi relación con estos seres alados fue de manera indirecta, pues mi padre – poeta a carta cabal – solía decirme en sus instancias creativas: “Hijo, consígame una hoja y un lápiz que me está llegando una Musa”. 



Le proporcionaba dichas herramientas y me quedaba en silencio para que pudiera copiar – con su devoción característica –, cada una de las estrofas que le dictaban estas divinidades inspiradoras de las artes. 

Así pues, bien sea porque en el fondo deseaba recibirlas o porque comprendieron que era su aliado, comenzaron a visitarme y empecé a plasmar versos, a cortejar la prosa y a sentirme parte de ese selecto grupo que lleva la antorcha del arte. 

Sentir que soy parte del bastión que atesora el bien y la belleza es gratificante. Por ello, me gustaría apreciar hasta el día de mi muerte la inmensidad del cielo que proyectan y el color a manantial de sus tibias miradas. 

A ustedes, seres de luz, profiero el más grande de los elogios. Elogio que va desde mi corazón, hasta el confín del alma humana: no aspiren menos. 

Canten, una y otra vez, sobre ese elemento que ostenta eternidad y que debemos apreciar en la realidad que nos circunda. Vengan a mí sacrosantas Musas, no me abandonen… porque sin ustedes: no podría sobrellevar mis quebrantos. 


Francisco Aguiar 

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