Cae la tarde y me pongo a pensar en la lucha existente entre la religión y la ciencia. Por un lado están los que desdeñan la teoría evolucionista de Charles Darwin, por el otro, los amantes de la lógica pura, es decir, los que piensan que todo es matematizable. No entienden o no se dan cuenta que son dos aspectos de un mismo fenómeno y en cuanto a la supuesta irreconciabilidad debo enfatizar: sólo es una lucha de poder.
Un dirigente religioso que en sus discursos censura a Darwin, a Aristóteles, a Einstein, es decir, a la ciencia. No debería usar teléfonos celulares, ni automóviles, ni el confort de una casa convenientemente amoblada. Un científico que en sus tratados censura al espíritu no debería enamorarse. Algo imposible pues hasta el científico más recalcitrante se enamora.
Ilustración Daniel Nava.
A los cristianos les enseñan que sólo en la Biblia está la verdad; a los comunistas, que sólo en el Manifiesto de Marx está la verdad; a los científicos, que sólo en los logaritmos, sinusoides, triángulos y letras griegas está la verdad. ¿Se dan cuenta del jaleo que esto forma?
Me gusta la historia maya de la creación. Los dioses aplicando el método científico de ensayo y error crean al hombre de maíz. Esta historia encierra una significativa enseñanza. El maíz es variado: hay negro, amarillo, blanco, anaranjado. ─ En él se encuentra la variedad de la vida ─. Si comprendemos esto; comprenderemos que nuestra herencia natural es ser diversos.
Admiro a Charles Darwin por dos cosas, uno, porque amaba a la naturaleza como el que más, dos, porque expuso un gran postulado al hacer hincapié que todo va evolucionando y que desmonte o no el relato de la creación de la Biblia es lo de menos, lo demás es que su teoría da otra concepción del mundo.
Simón Rodríguez pregonaba el “aprender a aprender” y tenía autoridad para pregonar esto pues la educación cuando es limitada nos limita. La educación cuando enseña sólo un modelo, no libera, todo lo contrario: esclaviza. Al parecer la educación venda los ojos, los venda de tal forma que constriñe toda posibilidad de luz.
El concepto de universidad que vislumbraron los antiguos griegos se ha perdido. A las universidades tendríamos que llamarlas individualidades, ya que no enseñan a armonizar criterios. Enseñan muchas cosas, es cierto, pero bajo el enfoque de la competitividad y el individualismo.
No debemos oponernos a Jesús de Nazaret, a Gautama el Buda, a Zaratustra, a Lao – Tsé. Sus ideas confieren una visión transpersonal, visión que en la época del hombre cosificado podría ser la piedra angular del restablecimiento. Millones de personas tienen problemas existenciales como nunca antes, yo mismo los tengo, y si me refugio en el arte es porque nunca he olvidado esta línea de Sábato: “El arte es un don que repara el alma de los fracasos y sin sabores”.
Tomás de Aquino supo fusionar ciencia y religión. A pesar de ser católico recibió influencias de Aristóteles, (un griego), de Avicena, (un persa), de Averroes, (un árabe), y de otros polímatas. No en vano su frase más famosa dice: “Teme al hombre de un solo libro”.
El hombre no debe ser sólo científico: el sueño de la razón ─ como muestra el grabado de Francisco de Goya ─ produce monstruos, ni debe ser sólo creyente: la fe cuando vive sola genera fanáticos. . . debe ser científico y religioso a un tiempo. Científico en el sentido del que se vale de la inteligencia para crear bienestar y religioso en el sentido de aceptar los misterios.
Cae la tarde y mi espíritu se intranquiliza al pensar en la existencia de tan bella utopía.
Francisco José Aguiar