No ha habido tesis filosófica
sobre la que más haya pesado la gratitud de gobiernos miopes y la cólera de
liberales, no menos cortos de vista, como sobre la famosa tesis de Hegel: “Todo
lo real es racional, y todo lo racional es real”. ¿No era esto, palpablemente,
la canonización de todo lo existente, la bendición filosófica dada al
despotismo, al estado policiaco, a la justicia de gabinete, a la censura? así
lo creía, en efecto, Federico Guillermo III; así lo creían sus súbditos.
Pero, para Hegel, no todo lo que
existe, ni mucho menos, es real por el solo hecho de existir. en su doctrina,
el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que, además de existir, es
necesario, “la realidad, al desplegarse,
se revela como necesidad”; por eso Hegel no reconoce, ni mucho menos, como
real, por el solo hecho de dictarse, una medida cualquiera de gobierno: él
mismo pone el ejemplo “de cierto sistema tributario”. Pero todo lo necesario se
acredita también, en última instancia, como racional. Por tanto, aplicada al
estado prusiano de aquel entonces, la tesis hegeliana sólo puede interpretarse
así: este estado es racional, ajustado a la razón, en la medida en que es
necesario; si, no obstante eso, nos parece malo, y, a pesar de serlo, sigue
existiendo, esta maldad del gobierno tiene su justificación y su explicación en
la maldad de sus súbditos. Los prusianos de aquella época tenían el gobierno
que se merecían.
Ahora bien; según Hegel, la
realidad no es, ni mucho menos, un atributo inherente a una situación social o
política dada en todas las circunstancias y en todos los tiempos. Al contrario.
La república romana era real, pero el imperio romano que la desplazó lo era
también. En 1789, la monarquía francesa se había hecho tan irreal, es decir,
tan despojada de toda necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrida por la
gran revolución, de la que Hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Como vemos, aquí lo irreal era la monarquía
y lo real la revolución. Y así, en el curso del desarrollo, todo lo que un día
fue real se torna irreal, pierde su necesidad, su razón de ser, su carácter
racional, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva
y vital; pacíficamente, si lo caduco es lo bastante razonable para resignarse a
desaparecer sin lucha; por la fuerza, si se rebela contra esta necesidad.
De
este modo, la tesis de Hegel se torna, por la propia dialéctica hegeliana, en
su reverso: todo lo que es real, dentro de los dominios de la historia humana,
se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su
destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es
racional en la cabeza del hombre se halla destinado a ser un día real, por
mucho que hoy choque todavía con la aparente realidad existente. La tesis de
que todo lo real es racional se resuelve, siguiendo todas las reglas del método
discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer. y en
esto precisamente estribaba la verdadera significación y el carácter
revolucionario de la filosofía hegeliana (a la que habremos de limitarnos aquí,
como remate de todo el movimiento filosófico iniciado con Kant): en que daba al
traste para siempre con el carácter definitivo de todos los resultados del
pensamiento y de la acción del hombre. en Hegel, la verdad que trataba de
conocer la filosofía no era ya una colección de tesis dogmáticas fijas que, una
vez encontradas, sólo haya que aprenderse de memoria; ahora, la verdad residía
en el proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria histórica de la
ciencia, que, desde las etapas inferiores, se remonta a fases cada vez más
altas de conocimiento, pero sin llegar jamás, por el descubrimiento de una
llamada verdad absoluta, a un punto en que ya no pueda seguir avanzando, en que
sólo le reste cruzarse de brazos y sentarse a admirar la verdad absoluta
conquistada. y lo mismo que en el terreno de la filosofía, en los demás campos
del conocimiento y en el de la actuación práctica. La historia, al igual que el
conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estadio ideal
perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un “estado” perfecto, son
cosas que sólo pueden existir en la imaginación; por el contrario: todos los
estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases
transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad humana, desde
lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias, y por tanto,
legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas
caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores,
que van madurando poco a poco en su propio seno; tienen que ceder el paso a
otra fase más alta, a la que también le llegará, en su día, la hora de caducar
y perecer.
Del mismo modo que la burguesía, por medio de la gran industria, la
libre concurrencia y el mercado mundial, acaba prácticamente con todas las instituciones
estables, consagradas por una venerable antigüedad, esta filosofía dialéctica
acaba con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de estadios
absolutos de la humanidad, congruentes con aquélla. Ante esta filosofía, no
existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que
tiene de perecedero, y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del
devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo
mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía.