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martes, 29 de diciembre de 2020

Balseros venezolanos

Me he dedicado a la tarea de leer cuanto artículo aborda el tema de los balseros venezolanos y debo decir que el que publicó el columnista caraqueño Willy McKey, el 13 de diciembre de 2020, es insuperable. Su artículo se titula A los náufragos de Güiria no los mató el mar y retrata la tragedia de quienes a la desesperada intentan llegar a las islas caribeñas, principalmente a Trinidad y Tobago. 

A los náufragos de Güiria no los mató el mar, es el estribillo que usa Willy McKey a lo largo de un texto periodístico que debe dolernos en el alma. 

Si a los náufragos de Güiria no los mató el mar, entonces ¿quién mató a los más de 30 balseros venezolanos que zarparon de Güiria (estado Sucre, noreste) el 6 de diciembre de 2020? Los causantes de la debacle le echan la culpa a las “Mafias de tráfico humano”. Pero, ¿quién provocó estas mafias? Reflexiónese la respuesta.  

Los causantes del éxodo, no sólo se hacen los desentendidos; sino que se atreven afirmar, en tono burlón, que nuestros hermanos debieron aprender a nadar en una piscina antes de emprender la travesía. (Jamás he encontrado un nivel de descaro semejante).  

Si en Venezuela se dieran las condiciones mínimas para vivir con decoro, no abordaríamos peñeros para terminar: “Muertos como los balseros cubanos del Período Especial. Muertos como los africanos que no sobreviven el paso final del Mediterráneo. Muertos y náufragos de una embarcación y de un país y de una esperanza que el mar transformó en duelo”.

  

Si en mi país, al menos, pudiéramos comer tres veces al día… no se escucharía la frase lapidaria que me ha taladrado la cabeza miles de veces: “Allá, en el extranjero, al menos vamos a comer”. Y como la he escuchado tanto, imagino que alguno de nuestros migrantes anónimos decía, minutos antes de zozobrar: “Allá, en Trinidad y Tobago, al menos vamos a comer”. 

Así que, obedeciendo el estribillo de Willy McKey, debemos repetir, una y otra vez, que a los náufragos de Güiria no los mató el mar para que nos hierva la sangre de indignación, pues cada cadáver que llega flotando hasta la costa de la Península de Paria, protagoniza la paradoja de una nación que en el pasado albergó millones de migrantes y que hoy, gracias a una infame dictadura, genera caminantes y balseros.  


Francisco Aguiar 


lunes, 28 de diciembre de 2020

Petición a las Musas

Lo peor que le puede pasar a un poeta es que las Musas lo abandonen. Por eso, cuando me visitan, las atiendo con prontitud. No importa lo ocupado que esté, para ellas estoy disponible siempre.

Al principio mi relación con estos seres alados fue de manera indirecta, pues mi padre – poeta a carta cabal – solía decirme en sus instancias creativas: “Hijo, consígame una hoja y un lápiz que me está llegando una Musa”. 



Le proporcionaba dichas herramientas y me quedaba en silencio para que pudiera copiar – con su devoción característica –, cada una de las estrofas que le dictaban estas divinidades inspiradoras de las artes. 

Así pues, bien sea porque en el fondo deseaba recibirlas o porque comprendieron que era su aliado, comenzaron a visitarme y empecé a plasmar versos, a cortejar la prosa y a sentirme parte de ese selecto grupo que lleva la antorcha del arte. 

Sentir que soy parte del bastión que atesora el bien y la belleza es gratificante. Por ello, me gustaría apreciar hasta el día de mi muerte la inmensidad del cielo que proyectan y el color a manantial de sus tibias miradas. 

A ustedes, seres de luz, profiero el más grande de los elogios. Elogio que va desde mi corazón, hasta el confín del alma humana: no aspiren menos. 

Canten, una y otra vez, sobre ese elemento que ostenta eternidad y que debemos apreciar en la realidad que nos circunda. Vengan a mí sacrosantas Musas, no me abandonen… porque sin ustedes: no podría sobrellevar mis quebrantos. 


Francisco Aguiar 

lunes, 7 de diciembre de 2020

Deportaciones

La deportación es usada por los Estados cuando el extranjero viola una o varias de sus leyes migratorias, entre ellas: permanecer más tiempo que el estipulado por las autoridades, haber ingresado de manera irregular, atentar contra el orden público, tener una condena judicial. En fin, las deportaciones o expulsiones son un tema harto escabroso que siempre aguijonea al migrante venezolano. 

Quien eche una ojeada en la web podrá percatarse que en cada uno de los países que son nuestra referencia obligada nos han deportado, obviando que requerimos protección internacional por razones humanitarias. Estas deportaciones muchas veces toman la arista de un show mediático o se circunscriben en la clandestinidad. Lo cierto es que el tema tiene mucha tela que cortar. 

Si se pregunta cuántos venezolanos han sido deportados, en el último lustro, de Estados Unidos, Panamá, Brasil, México, Argentina, Chile, Colombia, Perú, Trinidad y Tobago – sólo por mencionar países del continente americano – creo que nadie dará con la respuesta. Lo cierto es que el número es alto, doloroso, preocupante… como preocupante fue la deportación de 29 de mis coterráneos, entre ellos 16 niños, de la isla de Trinidad y Tobago el 22 de noviembre de 2020. 

Imaginarlos, cual balseros, expuestos al frío y a los miles de peligros que suscita el hecho de estar en mar abierto por un tiempo prolongado me oprime el pecho. ¿Para qué sirve el Principio de No Devolución? ¿Para que existen los exhortos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y de la Organización de las Naciones Unidas si ocurren actos deleznables como este? 

Estoy de acuerdo que se expulse a los que atenten contra la tranquilidad de la nación que les dio acogida (como el caso de los 59 paisanos que fueron expulsados de Colombia por participar en actos vandálicos en Bogotá, cuando se realizaban las marchas del paro nacional del 2019). Pero no puedo estarlo cuando se expulsa a personas cuyo único delito consiste en huir del hambre. 

Sé que somos la piedra en el zapato de muchos mandatarios del mundo y a esos mandatarios quiero pedirles que apelen a la memoria (Venezuela albergó europeos, latinoamericanos, árabes, asiáticos) para que, de una vez por todas, nos extiendan sus brazos. 





Francisco Aguiar