A los náufragos de Güiria no los mató el mar, es el estribillo que usa Willy McKey a lo largo de un texto periodístico que debe dolernos en el alma.
Si a los náufragos de Güiria no los mató el mar, entonces ¿quién mató a los más de 30 balseros venezolanos que zarparon de Güiria (estado Sucre, noreste) el 6 de diciembre de 2020? Los causantes de la debacle le echan la culpa a las “Mafias de tráfico humano”. Pero, ¿quién provocó estas mafias? Reflexiónese la respuesta.
Los causantes del éxodo, no sólo se hacen los desentendidos; sino que se atreven afirmar, en tono burlón, que nuestros hermanos debieron aprender a nadar en una piscina antes de emprender la travesía. (Jamás he encontrado un nivel de descaro semejante).
Si en Venezuela se dieran las condiciones mínimas para vivir con decoro, no abordaríamos peñeros para terminar: “Muertos como los balseros cubanos del Período Especial. Muertos como los africanos que no sobreviven el paso final del Mediterráneo. Muertos y náufragos de una embarcación y de un país y de una esperanza que el mar transformó en duelo”.
Si en mi país, al menos, pudiéramos comer tres veces al día… no se escucharía la frase lapidaria que me ha taladrado la cabeza miles de veces: “Allá, en el extranjero, al menos vamos a comer”. Y como la he escuchado tanto, imagino que alguno de nuestros migrantes anónimos decía, minutos antes de zozobrar: “Allá, en Trinidad y Tobago, al menos vamos a comer”.
Así que, obedeciendo el estribillo de Willy McKey, debemos repetir, una y otra vez, que a los náufragos de Güiria no los mató el mar para que nos hierva la sangre de indignación, pues cada cadáver que llega flotando hasta la costa de la Península de Paria, protagoniza la paradoja de una nación que en el pasado albergó millones de migrantes y que hoy, gracias a una infame dictadura, genera caminantes y balseros.
Francisco Aguiar
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