Si un artista no tiene un manager, un mecenas, un marchante o alguien que de alguna forma lo ayude a difundir su obra, es muy difícil que surja. Las actividades del espíritu son difíciles de tasar: ¿en cuánto puede vender un poeta un soneto?, ¿en cuánto un intérprete puede vender su canto?, ¿en cuánto un pintor puede vender sus telas? Obvio que todas estas cosas tienen un precio, pero el precio radica en el reconocimiento que se tuviere. Sin embargo, pienso que los artistas – si son buenos claro está – deberían vivir de su labor creadora.
El dinero no debe ser lo primordial; lo primordial es la actividad del espíritu que se desarrolle, pero no sólo del espíritu vive el hombre. El hombre necesita: comida, vestido, medicinas, albergue. Contrario de lo que han querido implantar ciertos mitos: el artista no funciona mejor si vive con deudas, estrés o en la miseria. Si no me creen observen el caso de Fernando Botero; Botero, por sus obras, gana lo suficiente para vivir una vida holgada y como esto es así se dedica exclusivamente a desarrollar sus creaciones. Imaginen a Botero trabajando ocho horas en una oficina, ganando sueldo mínimo, pagando arriendo y servicios. Si Botero viviera en tales condiciones no hubiera desarrollado ni el 5 por ciento de la copiosa obra que ostenta.
Los creadores venezolanos que están en calidad de migrantes, por regla general, están en aprietos económicos y se deben convertir, aunque jamás lo hubieran imaginado, en artistas callejeros. (En el mejor de los casos esto es así, pues podemos encontrar a un actor trabajando de mesero, a un pintor; albañilería, o a una bailarina fungiendo de empleada en un almacén de ropa). En mi trajinar he visto a “n” cantidad de colegas haciendo representaciones teatrales en plazas, danzando en parques, realizando retratos en cafés y cantando o ejecutando algún instrumento en unidades de transporte público.
¿Son artistas callejeros? Algunos lo son, pero me he topado con músicos que pertenecían a nuestro Sistema Nacional de Orquestas, actores egresados de la UNEARTE, cantantes que estudiaron vocalización en prestigiosas academias y a pintores de la Arturo Michelena, es decir, me he encontrado a artistas de calibre que, por razones hartamente conocidas, deben bregar como los buenos para ganarse el pan.
Cuando estoy vendiendo medicina naturista en los barrios de Cartagena, a veces, les comento a mis clientes que organizaba un Festival de Música Venezolana o que tengo una obra publicada en Estados Unidos... he notado que me escuchan con incredulidad y sin embargo, cuando hago esta clase de comentarios no los hago para alardear o por pedantería, sino porque al hacerlos me estoy afirmando como artista.
A comienzos de 2019 leí El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl… me identifiqué con los pasajes en que el autor de esta obra les comenta a los soldados nazis y a sus compañeros del campo de concentración que él era psiquiatra y que había escrito un tratado científico. ¿A los soldados nazis y a sus compañeros judíos les importaban estos comentarios? Obvio que no, pero al doctor Frankl ─ en medio del trance que estaba atravesando ─ le servían para autoafirmarse.
Alguno de nuestros músicos, siguiendo esta tónica, puede narrar que estuvo en Japón con el Sistema Nacional de Orquestas ejecutando el clarinete o una de nuestras actrices puede decir que interpretó un personaje de la obra Las torres y el viento, de César Rengifo, en el teatro Teresa Carreño.
Nuestros artistas han optado por autoafirmarse para sobrellevar las actuales circunstancias que atraviesan y sueñan que en un futuro cercano brillarán en su labor creadora. Por mi parte sueño que el libro que escribí sobre la migración venezolana llegará a buen puerto y que, gracias a ello, daré conferencias por toda Latinoamérica.
Francisco Aguiar
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